a)La larga pérdida de su vocación.
Miguel Holguín-Veras nació el 26 de abril de 1927 en Santiago de los Caballeros. Fue el hijo número doce de los dieciséis que procrearon Pedro Holguín-Veras y Georgina Roulet en una época en que el país estaba ocupado por las tropas de Estados Unidos. Desde la niñez, la pobreza marcaría su sino. El suceso más dramático de esa etapa le ocurrió a los siete años. Él lo narra en su obra de ficción y autobiográfíca Al pie de la escalera (p.79) publicada en el año 2000: su padre, proveedor del ingreso familiar, se vio envuelto en una intriga política en los duros años iniciales de la dictadura de Trujillo, y tuvo que esconderse, dejando a la familia desamparada. Los Holguín-Veras Roulet empezaron a padecer hambre. En una ocasión en que tenían más de veinte y cuatro horas sin ingerir alimentos encontraron una moneda de cuatro centavos dentro del bolsillo de una chaqueta olvidada, y tras recuperarse de la alegría, Miguel se ofreció a ir a comprar batatas asadas para menguar el hambre colectiva. Salió corriendo con la moneda fuertemente empuñada en su mano derecha, pero al doblar hacia la calle conductora al negocio se cayó y rodó por el suelo. En el acto, por su instinto hambriento, se puso de pie y continuó. Al llegar al asadero, previo a hacer el pedido, abrió la mano, y ¡oh, Dios, que aprietas, pero no ahorcas!: el puño se cerraba solo sobre sí mismo, pues la moneda había desaparecido a consecuencia de la caída. La profunda desilusión y tristeza que sufrió se adheriría de por vida al molde de su existencia y siempre lloraría al recordar el día en que perdió la moneda. ¡Oh, Dios que aprietas, pero no ahorcas!...
Una vez normalizada la situación de su padre, Miguel Holguín-Veras prosiguió desenvolviéndose con naturalidad en su hogar cristiano, estricto, donde se le enseñaba a respetarse a sí mismo y a los demás, a amar a los libros (en una de las paredes del pasillo había una biblioteca) y la buena música (en una esquina de la sala había una vitrola). No obstante él se quejaba de que, contrario a sus condiscípulos, no le permitían ir a bañarse al preciado río Yaque del Norte. Por esta razón, por poco se ahoga la primera vez que su hermano Pedro lo llevó junto a sus otros hermanos Rubén y Rafael. Esta escasa práctica acuática no la superaría nunca, y a mediados de la década de los años cincuenta volvería a estar a punto de ahogarse al lanzarse del trampolín del balneario de Güibia y caer de barriga en el agua, perdiendo, por el impacto, el conocimiento. “Cuando volví en mí estaba en el fondo del mar, con mis pulmones a punto de estallar. Creo que mantuve la ecuanimidad y que en realidad volví a la superficie sin ayuda ”.(Ibid, p.113).
Aunque poseyendo una gran inteligencia, habiendo terminado el sexto curso de la primaria y leyendo con avidez a Alejandro Dumas, Julio Verne, Víctor Hugo y Vargas Vila, su vocación literaria no afloraba por ninguna parte, reflejo quizás de la precaria situación económica familiar y de la rigidez totalitaria de la dictadura de Trujillo, que no les permitían a Miguel auscultar su subconsciente. Más bien soñaba, frente al tramo de un arroyo de la propiedad de su padre, con vírgenes indígenas que salidas de sus soterradas moradas trabarían amistad con él. “Soñaba con darles mi amor y compartir con ellas la inmensa tristeza que siempre acompañó mi vida”. (Ibid, p.99).
Una insensatez familiar le impidió completar sus estudios secundarios, pues residiendo en la casa de su hermana Luz, su segunda madre, porque en el sector de sus padres sólo había una escuela primaria, exigió que a sus hermanos Rubén y Rafael, quienes habían perdido el año escolar, les dieran el mismo tratamiento trasladándolo a un lugar adecuado de estudio, y de no ser así, dejaría la escuela. La familia, sin considerar que era un niño inconsciente de apenas trece años, permitió que abandonara los estudios. Esta insensatez, por un lado, impidió que los futuros trabajos literarios de Miguel tuvieran un rigor más científico, y por el otro lado, lo convirtió en un ser de carácter difícil, rebelde, buscador de su propio destino: cuando cumplió dieciséis años se negó a sacar la cédula, decisión delicadísima en la Era de Trujillo porque se interpretaba como un acto de rechazo al gobierno, y abandonó el hogar paterno. Fue a parar a La Vega, donde consiguió un trabajo como capataz de una brigada de trabajadores de la construcción de un canal. Allí empezó a dormir a la intemperie y a beber en los desagües de arrozales plagados de mosquitos anofeles. No sufrió una picadura de ellos de casualidad.
Derrotado y amargado, regresó al hogar paterno, y tras recobrar energías, aún sin saber qué oficio desempeñar, volvió a salir a buscar su incierto porvenir. En esta ocasión fue a parar a Montecristi, a la casa de su hermano Humberto, donde de forma autodidacta, utilizando un método de mecanografía, aprendió el oficio. Pero en el pueblo no encontró trabajo. Entonces volvió a buscar otros horizontes. Esta vez paró en Dajabón, en la casa de su hermano Pascual, inspector de riego de la comunidad. Pascual le consiguió un trabajo como cabo de agua, distribuidor de la asignación del caudal de las diferentes localidades. Su vida miserable tuvo un pequeño respiro porque Pascual lo ayudaba en todo, hasta que lo trasladaron a otra provincia y Miguel se vio en la necesidad de afrontar los gastos de su manutención con un sueldo que no le alcanzaba ni para comer. Lo primero que hizo fue mudarse a un dormitorio del local de la oficina de riego, donde en la cama colombina habitaban cientos de chinchas. Con ellas Miguel entablaba una lucha a muerte todas las noches. En la provincia se integró a un círculo de lectores, lo que en vez de motivarlo a escribir, lo relacionó profundamente con la dueña de la casa de reunión, quien se convertiría en su primera amante secreta y apasionada. Años después, la mujer le informaría que producto de la relación había nacido una niña de nombre Kelva. Él la aceptaría de buena gana y escribiría en su blogs o página en internet: “No obstante ignorar en el momento su nacimiento, hoy constituye un motivo de satisfacción el saber que ella sabe que yo soy su padre.”
En el mes de diciembre de 1947, después de negarse a pagar una contribución “voluntaria” para la celebración de una fiesta en honor a Trujillo y recibir amenazas de las autoridades, salió huyendo de Dajabón, olvidándosele entregar a su dueño el burro que le servía de transporte. El futuro escritor ahora fue a parar a la capital, posteriormente a Las Matas de Farfán y finalmente a Elías Piña.
Estando en la capital conoció a la hija de la trabajadora de la casa de su hermano Pedro, y entabló una relación amorosa con ella. Parecido a lo de Dajabón, años después se enteraría, por voz de la mujer, que producto de la relación había nacido una niña de nombre Altagracia, a quien también aceptaría. Escribiría en su blogs: “No sé si su madre le habrá informado lo de su nacimiento ni yo en ningún caso me hubiera atrevido a decirle simplemente ‘yo soy tu padre’(…). El caso es que perdí contacto con ella y con su madre, y no he vuelto a saber de mi hija, por lo cual me culpo (…). Ojalá el azar jugara un papel como en las otras ocasiones y pudiera yo hacer por ella lo que con dolor de mi alma no he hecho en tantos años.”
Cuando llegó a Elías Piña ya era un hombre que de forma autodidacta, estudiando los libros de los hermanos mayores, se había convertido casi en contable, profesión que le disgustaría porque la consideraría inferior a las demás. Y como contable consiguió un trabajo en la Sociedad Industrial Dominicana (SID). En el pueblo conoció al joven agente cultural fronterizo Mario Read Vittini, con quien inició una amistad que solo rompería la muerte.
Apoyándose en su nueva posición, Miguel gestionó con la SID el uniforme para el equipo regional de béisbol, en el cual se desempeñaba como segunda base. Sería la primera vez que un equipo de Elías Piña participaría en un evento de la importancia de los campeonatos regionales. A partir de esos años su pasión por el béisbol no disminuiría y lo conduciría, después del ajusticiamiento de Trujillo, a fundar y a ser el primer presidente de la hoy importante liga de softball Club Deportivo Manlio Bobadilla. Además de la pelota, sería aficionado del boxeo, y en los años 90 escribiría una columna en el vespertino El Nacional titulada Boxeo, fechas y algo más.
A pesar de residir y laborar en Elías Piña, Miguel hacía vida social en Las Matas de Farfán gracias a las amistades que cosechó cuando vivió en la provincia. Escribiría en su página en internet: “Era un hombre soltero y no tardé en enamorarme. Viola es el nombre de la elegida, y algo más de un año después del matrimonio nació una hija que colmó de felicidad mi vida. Para mí era mi primera hija y trajo a mi vida la felicidad que un hombre siente al nacer su primogénito. Fue bautizada con el nombre de Austria Georgina (…), del cual deriva el apodo con el cual se le conoce: Gina”. Luego de ella, quien se convertiría en la correctora gramatical de las obras de su padre, nació Miguel Oscar (llamado Guelo por todos), Mayra Violeta, Luis Manuel y Clara Miguelina.
Miguel Holguín-Veras era un antitrujillista silente no fichado ni siquiera como desafecto por el régimen aun habiéndose negado a pagar la contribución “voluntaria” en Dajabón, razón por la cual pudo viajar a Panamá contratado por una compañía productora de aceite y regresar un mes después a la República Dominicana porque la compañía incumplió los acuerdos laborales preestablecidos.
Un día que visitó el hogar paterno se encontró colgando de la pared una placa de bronce con la efigie de Trujillo, la bandera nacional y una frase que especificaba: EN ESTA CASA TRUJILLO ES EL JEFE. Sin pensarlo, lleno de ira, la arrancó de la pared, fue al patio y la destruyó a mandarinazos. Vino a recobrar la calma, sudando aún, a la media hora. ¡Entonces creyó que desde uno de los balcones del edificio vecino, el restaurant Do-Re-Mi, propiedad de Flor de Oro Trujillo, lo había visto un calié!-Por poco se muere del susto y del terror, y su cuerpo se petrificó. Yo narré este pasaje de su vida en mi novela Un período de sombras (p.23), en la cual su esposa lo encuentra así, petrificado en el patio, pero recibiendo el impacto de una tenue lluvia.
-¿Miguel, qué te pasa? –le preguntó preocupada-.¿Qué haces ahí, acostado, mojándote, como si estuvieras muerto?
Él no contestó. Mirando hacia la casa del calié (el restaurant Do-Re-Mi) preguntó:
-¿Cuando saliste al patio no viste a Mitibón pegado a la ventana?
-Claro que no. Mitibón hace más de un mes que se mudó de ahí.
-No sabía.-Se levantó.
-Pero no me has respondido.–La mujer perpleja, se quitó sus espejuelos empapados de agua lluvia.
-Tú no lo comprenderías –caminó hacia su habita-ción-, pero Trujillo me venció sin disparar un tiro.
Un período de sombras es la única novela en la que Miguel aparece como personaje. En la obra es el padre de Martín, joven que junto a un puñado de revolucionarios se levanta en armas contra el gobierno de los doce años de Balaguer.
Por otra parte, tras fracasar en Panamá, Miguel se instala con su familia en la capital y labora en la Sued Motors Company. El 31 de mayo de 1961 lo sorprende el ajusticiamiento de Trujillo y luego el clima de libertades que provoca. “En ese momento debí comenzar mi carrera literaria”, me diría lamentándose, pero al no ser así, igual que muchos antitrujillistas, se unió a la recién creada Unión Cívica Nacional (UCN). Al poco tiempo se desencantó de ella por la poca capacidad política del líder de los cívicos, Viriato Fiallo. Entonces fue de los contados dominicanos que se unió a la Alianza Social Demócrata de Juan Isidro Jimenes Grullón y lo apoyaría en las elecciones generales de diciembre de 1962.
Cuando estalla el 24 de abril de 1965 la Revolución Constitucionalista, sobresale en Miguel su actitud filantrópica ante la historia: apoyando a los partidarios de Bosch y Caamaño, en vez de como ellos, procurar armas para ir a luchar al puente Duarte, escenario de la batalla definitiva contra la reacción, convence a un grupo de amigos, quienes lo acompañan en su vehículo el 25 de abril, de ir a donar sangre al Banco Nacional de Sangre, ubicado en la avenida San Martín, “pues al fin la contienda era entre dominicanos y esa sangre nuestra podía servir para salvar la vida de algún compatriota, sin importar el bando en que lidiara”. (Cfr. Al pie de la escalera, p.134).
Concluida la guerra e impuesto Balaguer en el poder por los Estados Unidos, Miguel vive uno de sus momentos más difíciles, según escribió en su blogs: “el matrimonio con Viola se rompió, dando inicio a uno de los períodos más calamitosos de una existencia ya de por sí calamitosa. De pronto me vi solo, sin mis hijos, que solo en momentos de soledad forzada se siente realmente cuánta falta hacen a un hombre amante de los suyos. Por suerte, ese período fue corto, pues a mi vida llegó felizmente mi esposa actual, Gladys, quien no tardó en darme a la última de mi descendencia, Ángela (…), quien conjuntamente con Yayi, producto de una anterior unión de mi esposa, y a quien criamos como hija de nuestra unión, vinieron a llenar el hueco dejado por la ausencia de los demás hijos.”
b)El desarrollo de su carrera literaria
A través de doña Gladys, gran soprano, primera graduada del Conservatorio Nacional y estrechamente relacionada con el mundo musical dominicano, Miguel empieza a conocer ese mundo en todos sus aspectos y asiste con regularidad a los conciertos en Bellas Artes, en el Teatro Nacional y estudia la historia de la música criolla y clásica. Es el inicio del descubrimiento de su vocación literaria.
En otro orden, al futuro escritor, estando desempleado, por su gran inteligencia e iniciativa, los sobrinos y relacionados lo invitaron a formar parte de una compañía de construcción y venta de materiales afines. Debido a la gran cantidad de inversionistas, algunos de ellos con conexiones en el gobierno, desde un principio la compañía empezó a crecer construyendo urbanizaciones, carreteras y caminos vecinales. El capital de la empresa aumentó considerablemente. Parecía que al fin Miguel alcanzaría la estabilidad económica deseada. Pero al no ser inversionista, ni comerciante, ni tener ningún tipo de malicia, ni conocer a fondo los nuevos ideales de corrupción impuestos por el gobierno de Balaguer, vino a darse cuenta muy tarde de un mal manejo financiero y administrativo existente en la empresa. De ésta, otros socios formaron una nueva, dejándole a la que representaba Miguel sólo las deudas. El disgusto y la frustración que sufrió él fue devastador, sobre todo porque ahora tenía una larga familia que mantener. Era tanto su disgusto que prefería no hablar del problema. No obstante, como hombre decidido y resuelto que era, siguió adelante. En Arroyo Hondo instaló una pequeña fábrica de blocks teniendo tres camiones a su disposición propiedad del ex síndico Manolín Jiménez, cuñado de Miguel. Éste se esforzó en echar a andar la fábrica, mas le confió a un hermano el uso de los camiones y parte de la administración. Bajo esa circunstancia volvió a fracasar: los camiones terminaron convertidos en chatarras y la fábrica quebró. Miguel pudo, al menos, quedar con un fondo producto de la venta de los terrenos. En el futuro volvería tanto a intentar, infructuosamente, levantar pequeñas empresas como a trabajar la contabilidad.
Después del ascenso al poder de Antonio Guzmán Fernández, en 1978, Miguel Holguín y yo establecimos una amistad indisoluble. Yo acababa de entrar a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) junto a su hijo Luis Manuel, amigo de infancia, y los dos, en las horas libres, pasábamos largos ratos conversando con Miguel, quien en esos días vivía, desempleado, en la Arístides Fiallo Cabral, frente a la UASD. Yo quedaba sorprendido con la extraordinaria cultura universal de Miguel y con su memoria prodigiosa, y se me ocurrió darle a corregir mis primeros trabajos literarios. Desde esa época (yo tenía 17 años) hasta su muerte en el 2007, él se convirtió en mi mentor, corrector y guía literario. Yo lo llamaría Ministro porque lo consideraría un verdadero ministro de nuestra cultura. Luego del triunfo de la Revolución Sandinista, en 1979, empecé a escribir un ensayo sobre la historia de Nicaragua, y siguiendo la norma, al terminarlo, Miguel lo corrigió (yo se lo dedicaría). En esos días le pregunté: ¿por qué, teniendo un conocimiento cabal del lenguaje y de la literatura, no escribía? Él respondió que ya había comenzado a escribir artículos de música, y próximamente redactaría una biografía de Elila Mena, la más grande pianista nacida en suelo patrio. Los artículos los había publicado en El Nacional, y en uno de ellos, bajo el lema martiano honrar, honra, solicitaba asignarle al Conservatorio Nacional de Música el nombre del violinista Gabriel del Orbe; en otro se mostraba admirado con el gran talento del joven violinista Caonex Peguero; y en el último analizaba las causas de la apatía cultural de los habitantes de la capital.
En los meses siguientes recolectó los documentos y realizó las entrevistas necesarias para la elaboración de su texto biográfico. Su hija Ángela lo ayudó bastante en esta ardua tarea. El libro lo titularía Elila Mena, el drama de su vida, y sería la obra más disfrutada y comentada por él, quizás porque la historia de ella y la suya tenían pasajes de sufrimientos parecidos.
Él se pasó un año buscando financiamiento porque carecía de fondos para publicar la obra, hasta que su íntimo amigo Rafael Peguero Caamaño, padre de Caonex, pudo ayudarlo. Elila Mena, el drama de su vida se imprimió en el mes de febrero de 1983. Es decir, Miguel Holguín comenzó oficialmente su oficio de autor a los 56 años, edad en la que se supone un escritor ya ha agotado la mitad de su carrera literaria. La biografía consta de 62 capítulos y 235 páginas, y narra con detalles, sin adentrarse en las intimidades, la vida de Elila Mena, desde que nació el 7 de abril de 1918 hasta que murió el 10 de febrero de 1970. El aporte fue revelador, y como dijo el padre Vicente Rubio en la introducción, otro mérito de esta biografía radica en que su autor ha investigado con la mayor seriedad en las fuentes que podían proporcionarle algo de luz sobre el tema de estudio. La obra, aunque tuvo su acogida por el público, no fue la merecida a causa de la misma apatía cultural (sobre todo a la música culta) de la gente referida por Miguel en el artículo citado. Recuerdo que tras la presentación del texto en Bellas Artes (a casa llena porque prácticamente regalaron las entradas al concierto que ofreció esa noche el primogénito de Elila Mena, el también pianista Oscar Luis), los asistentes, saliendo, les pasaban por el frente a la mesa de los libros en venta y ni la miraban. Miguel se quejó muchísimo de este hecho.
Concluido el momento del texto, el Ministro se vio obligado a emigrar hacia New York en busca de una oportunidad de trabajo. En la gran urbe hizo contacto con los escritores de la diáspora, quienes lo eligieron co-director de la revista literaria Punto 7 y director del suplemento cultural del periódico Eco Latino. En 1985, sin dinero y desencantado de la llamada capital del siglo XX, regresó a su país, donde, luego de pasar meses desempleado, su amigo Juan Demóstenes Cotes Morales, a la sazón Secretario de Interior y Policía, lo nombró encargado de Investigación del Archivo General de la Nación. Casi de inmediato se enamoró de la institución porque era el teatro ideal del mundo literario que bullía en su mente.
Mientras tanto, su carrera literaria seguía en ascenso: a finales de 1988, unido a los intelectuales Mélida García, Lorgio Núñez, Alejandro Paulino y al reconocido locutor Homero León Díaz, fundó la revista literaria y de interés general Tambor, de la cual fue elegido director. En el editorial del primer número publicado en el mes de enero de 1989, se afirmó que su objetivo principal era contribuir a que nuestro pueblo mantenga vivas las esperanzas de recuperar plenamente su identidad; una identidad sin injerencias espúreas, aunque sin nacionalismo a ultranza; un nacionalismo que estimule y aplauda el arte y la literatura dominicana de altura y contribuya a que se conozca y disfrute su folklore. Mélida García añadió en un espacio titulado “Batey de voces”: con la sección de literatura pretendemos ser un batey en el cual encuentren cabida diversas voces que, debido a las dificultades en que vive la mayoría de los jóvenes escritores, no poseen medios para que su hacer literario produzca ecos.
La revista inicialmente tuvo éxito; incluso Juan Bosch asistió al lanzamiento realizado en el hotel Napolitano. Miguel recibió el apoyo decidido del poeta Mariano Lebrón Saviñón, el intelectual que más admiraba, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua, padrino de los escritores marginados (la oligarquía literaria criolla nunca le ha perdonado este comportamiento), Premio Vasconcelos (1992) y Nacional de Literatura (1999). Mariano, siendo preciso desde el principio, le advirtió a Miguel que tal y como afirmó Pedro Henríquez Ureña, aquí la literatura es guerra, y el que no está con su loriga, con su espada, con su armadura, está perdido. Pero al Ministro no le interesaba combatir a los gladiadores culturales criollos. “Al final la historia juzgará a cada quien por su trabajo”, siempre decía. Mariano, además, le sugirió que le introdujera cambios a la revista como el de sustituir a Alejandro Paulino, encargado de promover a los jóvenes escritores por medio a la columna Biblioteca de actualidad, porque no era un crítico literario. Miguel estuvo de acuerdo y así se lo hizo saber a Alejandro. De igual manera introdujo otras variaciones, las cuales les impuso al Consejo Directivo compuesto por Mélida, Alejandro, Lorgio Núñez y Homero León Díaz, quienes se sintieron desplazados de una empresa que era de todos, razón por la cual la fueron abandonando sin variar sus respetos y distinciones hacia el Ministro (Mélida le presentaría la obra Al Pie de la escalera en la Biblioteca Nacional, Alejandro Paulino De investigación e historia en la Academia de Ciencias y escribiría, cuando murió, el conmovedor artículo Fallece Miguel Holguín-Veras: historiador y novelista; y Homero León Díaz publicaría junto con él la revista Prontuario, mensuario cronológico reproducido por el periódico Hoy). Al final, Miguel quedó prácticamente solo; y solo, sin poder, por amor al país, financió a Tambor hasta su número veinte. La revista proyectó al Ministro como escritor y excelente investigador a nivel nacional, y a pesar del fuerte rechazo de la oligarquía literaria criolla, cuyos miembros no aceptaron que les divulgaran sus trabajos, contrario a Juan Bosch, quien autorizó la publicación de su discurso “El Español en Santo Domingo, un trabajo ejemplar de Pedro Henríquez Ureña”, Tambor realizó una labor indispensable en la historia de la literatura dominicana.
En el plano político, la profunda admiración que le tenía al Bosch literario, la transfirió al Bosch político, pasando a formar parte de la militancia del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Era la época en que el PLD creía en el modelo cubano, y Miguel se convirtió en un seguidor desapasionado de las ideas de Carlos Marx. Posteriormente dejaría de lado a Marx y al PLD, no así la ideología patriótica y democrática de Bosch.
En 1989 publicó el Índice comentado del boletín del Archivo General de la Nación, en cuyo prólogo afirmó que por años el boletín virtualmente había desaparecido como publicación regular (cuatro ediciones en los últimos veinte y siete años, cuando inicialmente era una publicación trimestral) y que los boletines contienen un material indispensable para todo investigador porque le permite conocer la localización de las publicaciones.
Del Archivo, Miguel se convirtió en su celoso guardián, y a través de Tambor denunció sus males y problemas. En un reportaje titulado Archivo General de la Nación: pena y vergüenza nacional, publicó fotos (ver Tambor número 5, pp.30-42) con imágenes del desastre que era la institución por dentro y por fuera, y expresó: “Frente al conocimiento de que el acervo histórico y cultural de nuestra patria, que se supone conservado para las generaciones venideras en el Archivo General de la Nación, están en vías de desaparición debido a la precariedad de las condiciones imperantes en esta institución, la dirección de Tambor decidió realizar un amplio reportaje que sirviera como voz de alarma ante las autoridades competentes y ante la opinión general”. Aunque el reportaje no generó la esperada reacción positiva del gobierno, Miguel siguió luchando. En reconocimiento a su labor, además del departamento de investigación, lo encargaron del de canje, difusión y de la fototeca.
Durante la larga gestión de Ramón Font Bernard (1990-2004) al frente del Archivo, el Ministro lo combatió abiertamente a causa del poco interés que mostró desde el principio. Miguel incluso llegó a distribuir volantes anti-Font a nivel nacional porque el nuevo director, en vez de cuidar debidamente el patrimonio documental del Archivo, usaba su edificación como centro de sus tertulias trujillistas. El Ministro convirtió su oficina en una especie de almacén de preservación de fondos especiales, como los papeles de Américo Lugo y de José Gabriel García porque se los estaban robando. Las razones de esta actitud combativa de Miguel salieron a relucir después, en la gestión de Roberto Cassá, quien descubriría serias irregularidades cometidas en la administración de Font Bernard.
Sin embargo Font, que sin duda sabía de todas las actividades conspirativas de Miguel, prefirió ignorarlas porque no ponían ni mínimamente en peligro su puesto; en cambio se beneficiaba de la ardua labor del Ministro. Por esta verdad le consiguió un aumento de sueldo y cuando, gracias a la amistad de doña Gladys con el vicepresidente de entonces, Jaime David Fernández Mirabal, nombraron a Miguel subdirector del Archivo, Font no puso objeción. Pese a estas bondades, los dos hombres morirían siendo enemigos.
Volviendo a su producción literaria, el Ministro, continuando con su aporte al tesoro musical dominicano, publicó en 1989 las biografías de Eduardo Brito y Antonio Mesa en un solo libro. Lógicamente, la de Eduardo Brito, el más grande barítono en la historia de la zarzuela, comparado hoy con Plácido Domingo, fue la más leída por el público. Miguel aportó nuevas revelaciones de la vida y de la muerte del cantante de origen puertoplateño, quien enfermo de sífilis falleció loco en el manicomio Padre Billini, de Nigua, en un tiempo en que la penicilina hacía quince años había sido descubierta por Alexander Fleming. Y sobre Antonio Mesa, dulce tenor nacido en Santo Domingo, Miguel resaltó que el destino le tenía reservado una gloria que lo llevaría a los anales de nuestra historia musical: sería el primer dominicano en grabar su voz, formando trío con los boricuas Salvador Ithier y el jíbaro insigne, Rafael Hernández. Ellos grabaron más de ciento veinte canciones para la casa disquera Columbia Phonograph Company. Mesa, en una ocasión le pidió a Rafael Hernández, director del trío, que grabara una melodía dedicada a Quisqueya. Hernández, que tenía una canción inédita inspirada en su Puerto Rico querido titulada Linda Borinquen, le cambió Borinquen por Quisqueya, y así la grabaría Mesa, sin imaginar que sería tan y tan famosa: No hay tierra tan hermosa como la mía / formada por dos mares de blanca espuma, dice en su primera estrofa. Debido a que el país no respaldaba a sus músicos, Mesa moriría sumergido en la más cruel de las miserias.
En 1990, Miguel publica en Tambor (ver el número 11) la biografía resumida de Susano Polanco, el nuevo Caruso dominicano, nacido en Santiago de los Caballeros. Susano Polanco triunfó en Puerto Rico, Haití y en Cuba, donde un joven periodista en la ciudad de Camagüey, tras hacerle una entrevista le entregó un poema escrito en un papel. “A lo mejor le sirve para una canción”, le dijo. El periodista era Nicolás Guillén, quien sería uno de los más grandes poetas de Hispanoamérica, y el poema que le entregó, Susano lo convertiría en la melodía inmortal, El Espejo. Nicolás Guillén haría referencia de este encuentro con Susano Polanco en sus memorias Páginas vueltas (p. 65) en 1982.
Sufriendo como Mesa la ausencia del apoyo estatal, Susano Polanco tuvo que retirarse del arte a la corta edad de treinta y cuatro años.
La última biografía del ciclo de los tesoros artísticos dominicanos, la publica el Ministro en 1990 con el título: Julio Alberto Hernández, colección semblanzas. Mariano Lebrón Saviñón, presentando la obra en la Biblioteca Nacional, leyó de la parte inicial del libro: “Julio Alberto Hernández Camejo. Tal es el nombre de uno de los más respetados compositores dominicanos, vinculados no sólo al quehacer general de la composición musical sino también, y sobre todo, a la formal incorporación a nuestra música de los temas folklóricos nacionales…”
Ocho años después Miguel terminó de redactar una historia que lo había impactado desde niño, y fue la del secuestro en Montecristi de la joven Ozema Petit por parte del mayor Ernesto Pérez, con el apoyo de Trujillo. El Ministro se enteró de los detalles del suceso cuando vivió en Montecristi, y ahora lo narraba en forma de novela, la cual tituló Juro que sabré vengarme.
Acompañado de mí, se presentó, con el manuscrito en la mano, en la Editorial de Colores, y le propuso la edición de la obra a Miguel De Camps, quien generosamente aceptó imprimirla. El éxito fue sorprendente: los ejemplares se vendieron tan pronto se colocaron en los estantes de las librerías y hubo que hacer una segunda edición. La obra generó múltiples polémicas, y la crítica de arte Nedra Hammami, en un encuentro de jóvenes investigadores doctores mediterráneos celebrado en Madrid en el mes de Julio del 2002, en el ciclo La novela histórica contemporánea en Hispanoamérica, analizó tres novelas, y entre ellas, dijo, sobresale Juro que sabré vengarme, de Miguel Holguín-Veras, por el uso de personajes históricos (…). El novelista nos presenta en la obra el decreto que destituyó de sus funciones a Ernesto Pérez, prueba de que este personaje existió como militar y fue castigado por lo que hizo, aunque no aparezca el motivo exacto de su destitución. Miguel se enteró de que su nombre había empezado a sobresalir internacionalmente gracias a la revista digital Amanecer del Nuevo Siglo, la cual transcribió la disertación de Nedra Hammami. Aquí en Santo Domingo la prensa reseñó el discurso de Hammami, aumentando así el prestigio de Miguel, quien pasaría a formar parte del staff de conferencistas de la Secretaría de Estado de Cultura.
La siguiente obra del Ministro fue la ya referida Al pie de la escalera, impresa generosamente por Orlando Inoa en su Editora Cole. Un año después Miguel dio a conocer su texto investigativo más importante: Acerca de canciones antiguas dominicanas, el cual había empezado a publicar por partes en Tambor, y ahora lo edita la Academia de Ciencias. La idea de escribir este libro le surgió al escuchar a su esposa Gladys cantar la melodía La paloma blanca, extraída del álbum de canciones anónimas (1947) de José Dolores Cerón. “¡Pero esa canción se cantaba en casa, y conocía el autor!”, exclamó Miguel. A los pocos días escuchó cantar otra que igualmente conocía. Entonces se dijo: “Esto amerita una investigación”. Realizándola durante más de treinta años, logró identificar a cuarenta y cinco autores de las cincuenta canciones del álbum de Cerón. Además descubrió que a casi todas les cambiaron el título y a algunas les alteraron el compás en que fueron escritos originalmente. En el libro, Miguel reprodujo las melodías e incluyó pentagramas, fotos, biografías de los autores y una breve historia de cada canción. El maestro Rafael Solano escribió en la revista País Cultural (No.2, p.59): “Recibimos las agradables nuevas de que aquellas 50 canciones antiguas dominicanas acababan de ser nuevamente publicadas, ahora con sus correspondientes autores (…). Este excelente aporte a la cultura musical del país, nos llega gracias al escritor y musicólogo don Miguel Holguín-Veras. Y si uno se detiene a escuchar este manojo completo de canciones antiguas, se va a sentir con toda certeza muy orgulloso de ser dominicano.”
Ya para esa época el Ministro estaba tan compenetrado con el arte, que había perdido el interés por las labores metálicas. “Es la manera de vivir del verdadero escritor,” decía Noel Hidalgo, poeta y promotor cultural, fiel amigo y admirador de Miguel, a quien consideraba un hombre tan honrado como patriota digno de imitar. En el 2003 publica la referida obra De investigación e historia, que es una recopilación o antología de sus artículos impresos en Tambor y Prontuario, entre otros medios de difusión. Uno de los artículos más significativos del libro es el titulado Balaguer, Ercilia Pepín y Sergio Hernández porque demuestra de forma fehaciente que el doctor Balaguer habla mentiras en sus Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo al afirmar (pp.77-79) que Ercilia Pepín se quitó la falda ante los alumnos y los maestros de su plantel, Escuela México, y se la envió al profesor Sergio Hernández con el mensaje escrito de su puño y letra: “Envíeme en cambio sus pantalones”, y que por esta acción el profesor Sergio Hernández, víctima de una crisis neurótica, a los pocos días, ante la expectación de sus discípulos y toda la población de Santiago, se suicidó con una navajita Gillette. Según Balaguer, Ercilia Pepín actuó así, indignada porque el profesor Sergio Hernández no la imitó izando a media asta la bandera nacional en solidaridad con el maestro Andrés Perozo, asesinado junto a sus hermanos César y Faustino, por órdenes de Trujillo.
El Ministro, extrayendo de la prensa de la época las noticias, prueba que, por el contrario, el profesor Sergio Hernández no sólo izó a media asta la bandera, sino que además fue hecho prisionero por el hecho, y que vino a suicidarse seis años después y en el campo de Moca llamado El Caimito.
Junto a De investigación e historia, en la Academia de Ciencias Miguel dio a conocer el corto ensayo Azua y el Himno Nacional en el que analizó las diferentes opiniones, críticas y propuestas para reformar el Himno Nacional, tocado en Azua por primera vez en la historia.
Tres años más tarde (2006) el Ministro incursiona en el teatro y edita el drama musicalizado Tesón campesino. Ese mismo año publica la novela Asalto y muerte, reto al régimen de Trujillo, basada en el intrépido robo perpetrado al The Royal Bank of Canada de Santiago(1954) por un grupo de jóvenes en plena Era de Trujillo. La obra, similar a Juro que sabré vengarme, generó múltiples polémicas, sobre todo porque se leyó como texto histórico y no como novela. Y finalmente, en el 2007, Miguel publicó su último libro Recuerdos del bosque (cuentos) y editó Diario de un condenado a muerte, de Eugenio Perdomo. Le quedarían inéditas las novelas: Marcado por el destino y Cosas que el abuelo me contaba.
C)La leve agonía de su muerte
Cuando asumió la presidencia de la República, Hipólito Mejía, como era de esperarse, la Secretaría de Estado de Cultura nombró un nuevo subdirector en el Archivo en sustitución del Ministro. A éste, aunque no lo cancelaron, le redujeron considerablemente el sueldo. Pero al regresar Leonel Fernández al poder en el 2004, nombraron a Roberto Cassá director del Archivo, y entonces le triplicaron la mensualidad a Miguel, dejándolo como encargado de la fototeca. Los que lo conocíamos a fondo sabíamos que pese a la admiración mutua existente entre Roberto Cassá y él, éste iba a sentirse incómodo con la entrante administración debido a su difícil carácter y a su dificultad en asimilar trazados de pautas. Roberto Cassá eligió un consejo de dirección muy capacitado y trabajador que puso a la par, en un tiempo récord, al archivo dominicano con los mejores del Caribe. Esta asombrosa labor, claro, se apoyó en la realizada por el Ministro durante más de veinte años. Bajo la dirección de Cassá, Miguel organizó en el Centro de Cultura Hispánica la extraordinaria exposición Archivo Conrado, fotografía histórica dominicana 1939-1943 del fenecido médico Kurt Schnitzer (Conrado).
Pero como esperábamos, lamentablemente, a los pocos meses Miguel empezó a sentirse incómodo en el Archivo. Lo reflejaba dejando de saludar a antiguos amigos, ahora compañeros de trabajo. Siendo en extremo discreto y un poco tímido, la única queja que escuché de sus labios fue que a la hora de las decisiones finales no lo tomaban en cuenta. Una vez se vio envuelto en un clásico chisme dominicano, del cual solo vale la pena comentar el gran disgusto que le causó, pues era un hombre que odiaba los chismes, y que producto de esa desagradable experiencia se enemistó para siempre con un alto funcionario de la institución, con quien existía mutua admiración. En otra ocasión, sin consultarlo con su superior inmediato, expulsó de la fototeca a un subalterno por considerarlo mediocre. El superior inmediato estuvo en desacuerdo, y Miguel, por dignidad, ya más que incómodo, optó por pedir su jubilación; y como los médicos hacía un tiempo que le habían prohibido trabajar dado su delicado estado de salud (en el mismo Archivo, a causa de tanto husmear sin equipo adecuado entre documentos antiguos, se había contagiado de la bacteria Pseudomonas aeruginosa, asesina de los pulmones), solicitó una licencia médica. Aun conociendo su difícil carácter, el propio Roberto Cassá se reunió con él e intentó, sin éxito, persuadirlo para que desistiera. Era imposible doblegar las decisiones de acero del Ministro. Así, de repente, Miguel se vio sentado en su casa, enfermo y esperando su jubilación. Siguiendo la lógica de su vida emprendedora, lo que deseaba era buscar un nuevo camino conductor del porvenir, pero ya a los ochenta años le era imposible. Resignado, una tarde, en la terraza de su apartamento me comentó con voz segura: “Me estoy muriendo y no voy a poder terminar mi obra”. Sorprendido le pregunté: “¿Y cómo usted va a estar muriéndose con una vitalidad externa tan nítida?” “Quizás me vea así, pero no tengas la menor duda: me estoy muriendo”. “Cuando les surjan esas creencias, póngase a escribir y apuesto a que las olvida”. “Es inútil, me estoy muriendo”. Tratando de que cambiara de parecer le pregunté: “¿Cuándo va a publicar un nuevo libro?” “Pronto. Se trata de un libro de cuentos -se refería a Recuerdos del bosque-,y quiero escribir una novela basada en la vida de Jesús de Galíndez, mas estoy seguro que si la inicio no podré concluirla”. “Iníciela sin temor y de seguro que la concluirá. -Y con voz suplicante agregué-: Ministro, por Dios, olvídese de la muerte”.–Pero eso era imposible.
En el primer cuento de Recuerdos del bosque, titulado El Manantial, inspirado en el poema "El Manantial", de R.A. Blanco Belmonte, aparece el propio don Miguel en un monte acompañando a dos viajeros sedientos, sudados y cansados que se habían juntado por azar. En el transcurso de la marcha los tres hombres se hermanaron. Él retornaba al lar nativo después de años de lucha estéril, no obstante lo cual volvía resignado, con su interior repleto de armonía y su corazón lleno de bondad hacia el prójimo. Hubo un momento en que el cansancio los venció a los tres, y en un robledal, tras beber agua de un manantial, decidieron descansar. Él, cavilando, recordó sus años de travesuras infantiles, su adolescencia repleta de esperanza y sus grandes luchas así que hubo alcanzado la edad madura, la de hombre adulto. En cada una de las etapas había observado una conducta ejemplar. ¿A cambio de qué? A cambio de nada… pero también de mucho. No había logrado acumular riquezas. Ni siquiera las había ambicionado. A quien no había alcanzado a hacer un bien, tampoco había hecho un mal. Ya casi al final del largo camino transitado, le cabía la gran satisfacción de haber cumplido con el mandato bíblico que manda amar al prójimo como se ama a sí mismo. Y eso bastaba para que se sintiera altamente satisfecho, si no feliz.
En ese estado de una casi felicidad se durmió (…). Sus acompañantes, como si hubieran tenido acceso a su pensamiento se acercaron a él calladamente, y primero uno, después el otro, depositaron sendos besos sobre su arrugada frente.
Sin duda el Ministro, a través de este cuento describe su último regreso espiritual al hogar paterno, donde irremediablemente morirá, y mientras llegaba, daba a conocer su parecer acerca de su historia.
El 7 de noviembre del 2007 estábamos juntos en el Forum Pedro Mir de la Librería Cuesta, donde nuestro gran amigo y colega, Manuel Mora Serrano, presentaba mi novela Manolo. El Ministro se veía feliz por mi repentino éxito literario, por el éxito de su pupilo: Manolo había concitado el interés nacional desde antes de la presentación y en el mundo cultural dominicano sólo se hablaba de la obra. Cuando terminó el acto, con una copa de vino en la mano me felicitó, y para mi consternación posterior añadió con los ojos desorbitados: “Mientras Mora leía su discurso estuve a punto de fallecer –miraba sin pestañar-. No te sorprendas si en cualquier momento me caigo muerto aquí”. “¿Usted quiere que lo lleve a una clínica?”, suspiré impactado. “No, no…” –Sonó el timbre de su celular. Era su hija Ángela quien lo llamaba, y por fortuna, después de conversar con ella, él se calmó. “Sigue atendiendo a los invitados”, me expresó, “que ya me siento mejor”. Un tanto aliviado lo obedecí no creyendo que en verdad estuvo a punto de morirse. “Son los efectos de su mente enferma”, supuse. Una semana después, en horas de la tarde, volviendo a conversar con él en la terraza de su apartamento, le pregunté, a propósito de su posible muerte durante el acto, si había visitado a un médico. “Sí, y dijo que me había bajado la presión. Ahora bien, yo no tengo duda: me estoy muriendo”. “Ministro, olvídese de eso por el amor de Dios”.–Lo veía desesperado, pretendiendo hacerlo todo a un mismo tiempo antes de que la muerte lo alcanzara. Esa tarde me despedí de él estando seguro de que lo volvería a ver por espacio de diez años más. A los veinte y tres días de la presentación de Manolo, en la madrugada, me llamó por teléfono doña Gladys, y entre sollozos dijo lo que me negaba a creer: “Miguel acaba de morir”. Un nudo se apoderó de mi garganta y una enorme tristeza embargó mi alma. “Miguel acaba de morir”, me repetí aún con dudas. Tardé quince minutos en recuperarme. A seguidas procuré, vía telefónica e internet, hacerle saber al mundo que el gran escritor Miguel Holguín-Veras acababa de morir. De lo contrario, lo enterrarían en el anonimato. Por efecto de mi decisión, la destacada periodista Ángela Peña publicó una significativa nota de prensa en el periódico Hoy, el escritor Luis Beiro un justo artículo en el Listín Diario y la gran narradora venezolana Mercedes Franco en su blogs KALAFIA transcribió la noticia con pasajes biográficos del Ministro.
El cadáver, con una flor amarilla entre las manos, lo velaron en la funeraria Blandino y en la tarde lo enterraron en el cementerio de la Máximo Gómez. Como era de esperarse del subdesarrollado mundo cultural dominicano, en el campo santo no había ningún representante de la Secretaría de Estado de Cultura, y de la sociedad de escritores sólo estábamos Alejandro Paulino y yo. ¡Ah ironía del destino… un hombre como Miguel, que actuaba bajo el lema martiano honrar, honra, a la hora de su entierro, únicamente sus familiares más cercanos y dos de sus amigos íntimos lo honraron diciéndole el último adiós! ¡Ah ironía del destino…!
Saliendo del cementerio tenía fijo en mi mente el párrafo final escrito por Miguel en su página en internet: “Hoy, cuando a los ochenta años siendo próxima la fecha en que al fin pase a mejor vida; cuando resultan frecuentes los momentos en que se pasa revista a la vida pasada, y esa revista deja inevitable en el alma un dejo de inconformidad, sin que importen éxitos obtenidos, corresponde a los nietos (y hasta a los biznietos) llenar el vacío que indefectiblemente acompaña a la tercera edad. Ojalá que ellos puedan realizar en mi memoria hechos que les consagren como entes de valor –ya que ni yo ni mis hijos pudimos lograrlo-, no para sí mismo, sino para toda la humanidad.”
Edwin Disla, 8 de abril del 2008
Miguel Holguín-Veras nació el 26 de abril de 1927 en Santiago de los Caballeros. Fue el hijo número doce de los dieciséis que procrearon Pedro Holguín-Veras y Georgina Roulet en una época en que el país estaba ocupado por las tropas de Estados Unidos. Desde la niñez, la pobreza marcaría su sino. El suceso más dramático de esa etapa le ocurrió a los siete años. Él lo narra en su obra de ficción y autobiográfíca Al pie de la escalera (p.79) publicada en el año 2000: su padre, proveedor del ingreso familiar, se vio envuelto en una intriga política en los duros años iniciales de la dictadura de Trujillo, y tuvo que esconderse, dejando a la familia desamparada. Los Holguín-Veras Roulet empezaron a padecer hambre. En una ocasión en que tenían más de veinte y cuatro horas sin ingerir alimentos encontraron una moneda de cuatro centavos dentro del bolsillo de una chaqueta olvidada, y tras recuperarse de la alegría, Miguel se ofreció a ir a comprar batatas asadas para menguar el hambre colectiva. Salió corriendo con la moneda fuertemente empuñada en su mano derecha, pero al doblar hacia la calle conductora al negocio se cayó y rodó por el suelo. En el acto, por su instinto hambriento, se puso de pie y continuó. Al llegar al asadero, previo a hacer el pedido, abrió la mano, y ¡oh, Dios, que aprietas, pero no ahorcas!: el puño se cerraba solo sobre sí mismo, pues la moneda había desaparecido a consecuencia de la caída. La profunda desilusión y tristeza que sufrió se adheriría de por vida al molde de su existencia y siempre lloraría al recordar el día en que perdió la moneda. ¡Oh, Dios que aprietas, pero no ahorcas!...
Una vez normalizada la situación de su padre, Miguel Holguín-Veras prosiguió desenvolviéndose con naturalidad en su hogar cristiano, estricto, donde se le enseñaba a respetarse a sí mismo y a los demás, a amar a los libros (en una de las paredes del pasillo había una biblioteca) y la buena música (en una esquina de la sala había una vitrola). No obstante él se quejaba de que, contrario a sus condiscípulos, no le permitían ir a bañarse al preciado río Yaque del Norte. Por esta razón, por poco se ahoga la primera vez que su hermano Pedro lo llevó junto a sus otros hermanos Rubén y Rafael. Esta escasa práctica acuática no la superaría nunca, y a mediados de la década de los años cincuenta volvería a estar a punto de ahogarse al lanzarse del trampolín del balneario de Güibia y caer de barriga en el agua, perdiendo, por el impacto, el conocimiento. “Cuando volví en mí estaba en el fondo del mar, con mis pulmones a punto de estallar. Creo que mantuve la ecuanimidad y que en realidad volví a la superficie sin ayuda ”.(Ibid, p.113).
Aunque poseyendo una gran inteligencia, habiendo terminado el sexto curso de la primaria y leyendo con avidez a Alejandro Dumas, Julio Verne, Víctor Hugo y Vargas Vila, su vocación literaria no afloraba por ninguna parte, reflejo quizás de la precaria situación económica familiar y de la rigidez totalitaria de la dictadura de Trujillo, que no les permitían a Miguel auscultar su subconsciente. Más bien soñaba, frente al tramo de un arroyo de la propiedad de su padre, con vírgenes indígenas que salidas de sus soterradas moradas trabarían amistad con él. “Soñaba con darles mi amor y compartir con ellas la inmensa tristeza que siempre acompañó mi vida”. (Ibid, p.99).
Una insensatez familiar le impidió completar sus estudios secundarios, pues residiendo en la casa de su hermana Luz, su segunda madre, porque en el sector de sus padres sólo había una escuela primaria, exigió que a sus hermanos Rubén y Rafael, quienes habían perdido el año escolar, les dieran el mismo tratamiento trasladándolo a un lugar adecuado de estudio, y de no ser así, dejaría la escuela. La familia, sin considerar que era un niño inconsciente de apenas trece años, permitió que abandonara los estudios. Esta insensatez, por un lado, impidió que los futuros trabajos literarios de Miguel tuvieran un rigor más científico, y por el otro lado, lo convirtió en un ser de carácter difícil, rebelde, buscador de su propio destino: cuando cumplió dieciséis años se negó a sacar la cédula, decisión delicadísima en la Era de Trujillo porque se interpretaba como un acto de rechazo al gobierno, y abandonó el hogar paterno. Fue a parar a La Vega, donde consiguió un trabajo como capataz de una brigada de trabajadores de la construcción de un canal. Allí empezó a dormir a la intemperie y a beber en los desagües de arrozales plagados de mosquitos anofeles. No sufrió una picadura de ellos de casualidad.
Derrotado y amargado, regresó al hogar paterno, y tras recobrar energías, aún sin saber qué oficio desempeñar, volvió a salir a buscar su incierto porvenir. En esta ocasión fue a parar a Montecristi, a la casa de su hermano Humberto, donde de forma autodidacta, utilizando un método de mecanografía, aprendió el oficio. Pero en el pueblo no encontró trabajo. Entonces volvió a buscar otros horizontes. Esta vez paró en Dajabón, en la casa de su hermano Pascual, inspector de riego de la comunidad. Pascual le consiguió un trabajo como cabo de agua, distribuidor de la asignación del caudal de las diferentes localidades. Su vida miserable tuvo un pequeño respiro porque Pascual lo ayudaba en todo, hasta que lo trasladaron a otra provincia y Miguel se vio en la necesidad de afrontar los gastos de su manutención con un sueldo que no le alcanzaba ni para comer. Lo primero que hizo fue mudarse a un dormitorio del local de la oficina de riego, donde en la cama colombina habitaban cientos de chinchas. Con ellas Miguel entablaba una lucha a muerte todas las noches. En la provincia se integró a un círculo de lectores, lo que en vez de motivarlo a escribir, lo relacionó profundamente con la dueña de la casa de reunión, quien se convertiría en su primera amante secreta y apasionada. Años después, la mujer le informaría que producto de la relación había nacido una niña de nombre Kelva. Él la aceptaría de buena gana y escribiría en su blogs o página en internet: “No obstante ignorar en el momento su nacimiento, hoy constituye un motivo de satisfacción el saber que ella sabe que yo soy su padre.”
En el mes de diciembre de 1947, después de negarse a pagar una contribución “voluntaria” para la celebración de una fiesta en honor a Trujillo y recibir amenazas de las autoridades, salió huyendo de Dajabón, olvidándosele entregar a su dueño el burro que le servía de transporte. El futuro escritor ahora fue a parar a la capital, posteriormente a Las Matas de Farfán y finalmente a Elías Piña.
Estando en la capital conoció a la hija de la trabajadora de la casa de su hermano Pedro, y entabló una relación amorosa con ella. Parecido a lo de Dajabón, años después se enteraría, por voz de la mujer, que producto de la relación había nacido una niña de nombre Altagracia, a quien también aceptaría. Escribiría en su blogs: “No sé si su madre le habrá informado lo de su nacimiento ni yo en ningún caso me hubiera atrevido a decirle simplemente ‘yo soy tu padre’(…). El caso es que perdí contacto con ella y con su madre, y no he vuelto a saber de mi hija, por lo cual me culpo (…). Ojalá el azar jugara un papel como en las otras ocasiones y pudiera yo hacer por ella lo que con dolor de mi alma no he hecho en tantos años.”
Cuando llegó a Elías Piña ya era un hombre que de forma autodidacta, estudiando los libros de los hermanos mayores, se había convertido casi en contable, profesión que le disgustaría porque la consideraría inferior a las demás. Y como contable consiguió un trabajo en la Sociedad Industrial Dominicana (SID). En el pueblo conoció al joven agente cultural fronterizo Mario Read Vittini, con quien inició una amistad que solo rompería la muerte.
Apoyándose en su nueva posición, Miguel gestionó con la SID el uniforme para el equipo regional de béisbol, en el cual se desempeñaba como segunda base. Sería la primera vez que un equipo de Elías Piña participaría en un evento de la importancia de los campeonatos regionales. A partir de esos años su pasión por el béisbol no disminuiría y lo conduciría, después del ajusticiamiento de Trujillo, a fundar y a ser el primer presidente de la hoy importante liga de softball Club Deportivo Manlio Bobadilla. Además de la pelota, sería aficionado del boxeo, y en los años 90 escribiría una columna en el vespertino El Nacional titulada Boxeo, fechas y algo más.
A pesar de residir y laborar en Elías Piña, Miguel hacía vida social en Las Matas de Farfán gracias a las amistades que cosechó cuando vivió en la provincia. Escribiría en su página en internet: “Era un hombre soltero y no tardé en enamorarme. Viola es el nombre de la elegida, y algo más de un año después del matrimonio nació una hija que colmó de felicidad mi vida. Para mí era mi primera hija y trajo a mi vida la felicidad que un hombre siente al nacer su primogénito. Fue bautizada con el nombre de Austria Georgina (…), del cual deriva el apodo con el cual se le conoce: Gina”. Luego de ella, quien se convertiría en la correctora gramatical de las obras de su padre, nació Miguel Oscar (llamado Guelo por todos), Mayra Violeta, Luis Manuel y Clara Miguelina.
Miguel Holguín-Veras era un antitrujillista silente no fichado ni siquiera como desafecto por el régimen aun habiéndose negado a pagar la contribución “voluntaria” en Dajabón, razón por la cual pudo viajar a Panamá contratado por una compañía productora de aceite y regresar un mes después a la República Dominicana porque la compañía incumplió los acuerdos laborales preestablecidos.
Un día que visitó el hogar paterno se encontró colgando de la pared una placa de bronce con la efigie de Trujillo, la bandera nacional y una frase que especificaba: EN ESTA CASA TRUJILLO ES EL JEFE. Sin pensarlo, lleno de ira, la arrancó de la pared, fue al patio y la destruyó a mandarinazos. Vino a recobrar la calma, sudando aún, a la media hora. ¡Entonces creyó que desde uno de los balcones del edificio vecino, el restaurant Do-Re-Mi, propiedad de Flor de Oro Trujillo, lo había visto un calié!-Por poco se muere del susto y del terror, y su cuerpo se petrificó. Yo narré este pasaje de su vida en mi novela Un período de sombras (p.23), en la cual su esposa lo encuentra así, petrificado en el patio, pero recibiendo el impacto de una tenue lluvia.
-¿Miguel, qué te pasa? –le preguntó preocupada-.¿Qué haces ahí, acostado, mojándote, como si estuvieras muerto?
Él no contestó. Mirando hacia la casa del calié (el restaurant Do-Re-Mi) preguntó:
-¿Cuando saliste al patio no viste a Mitibón pegado a la ventana?
-Claro que no. Mitibón hace más de un mes que se mudó de ahí.
-No sabía.-Se levantó.
-Pero no me has respondido.–La mujer perpleja, se quitó sus espejuelos empapados de agua lluvia.
-Tú no lo comprenderías –caminó hacia su habita-ción-, pero Trujillo me venció sin disparar un tiro.
Un período de sombras es la única novela en la que Miguel aparece como personaje. En la obra es el padre de Martín, joven que junto a un puñado de revolucionarios se levanta en armas contra el gobierno de los doce años de Balaguer.
Por otra parte, tras fracasar en Panamá, Miguel se instala con su familia en la capital y labora en la Sued Motors Company. El 31 de mayo de 1961 lo sorprende el ajusticiamiento de Trujillo y luego el clima de libertades que provoca. “En ese momento debí comenzar mi carrera literaria”, me diría lamentándose, pero al no ser así, igual que muchos antitrujillistas, se unió a la recién creada Unión Cívica Nacional (UCN). Al poco tiempo se desencantó de ella por la poca capacidad política del líder de los cívicos, Viriato Fiallo. Entonces fue de los contados dominicanos que se unió a la Alianza Social Demócrata de Juan Isidro Jimenes Grullón y lo apoyaría en las elecciones generales de diciembre de 1962.
Cuando estalla el 24 de abril de 1965 la Revolución Constitucionalista, sobresale en Miguel su actitud filantrópica ante la historia: apoyando a los partidarios de Bosch y Caamaño, en vez de como ellos, procurar armas para ir a luchar al puente Duarte, escenario de la batalla definitiva contra la reacción, convence a un grupo de amigos, quienes lo acompañan en su vehículo el 25 de abril, de ir a donar sangre al Banco Nacional de Sangre, ubicado en la avenida San Martín, “pues al fin la contienda era entre dominicanos y esa sangre nuestra podía servir para salvar la vida de algún compatriota, sin importar el bando en que lidiara”. (Cfr. Al pie de la escalera, p.134).
Concluida la guerra e impuesto Balaguer en el poder por los Estados Unidos, Miguel vive uno de sus momentos más difíciles, según escribió en su blogs: “el matrimonio con Viola se rompió, dando inicio a uno de los períodos más calamitosos de una existencia ya de por sí calamitosa. De pronto me vi solo, sin mis hijos, que solo en momentos de soledad forzada se siente realmente cuánta falta hacen a un hombre amante de los suyos. Por suerte, ese período fue corto, pues a mi vida llegó felizmente mi esposa actual, Gladys, quien no tardó en darme a la última de mi descendencia, Ángela (…), quien conjuntamente con Yayi, producto de una anterior unión de mi esposa, y a quien criamos como hija de nuestra unión, vinieron a llenar el hueco dejado por la ausencia de los demás hijos.”
b)El desarrollo de su carrera literaria
A través de doña Gladys, gran soprano, primera graduada del Conservatorio Nacional y estrechamente relacionada con el mundo musical dominicano, Miguel empieza a conocer ese mundo en todos sus aspectos y asiste con regularidad a los conciertos en Bellas Artes, en el Teatro Nacional y estudia la historia de la música criolla y clásica. Es el inicio del descubrimiento de su vocación literaria.
En otro orden, al futuro escritor, estando desempleado, por su gran inteligencia e iniciativa, los sobrinos y relacionados lo invitaron a formar parte de una compañía de construcción y venta de materiales afines. Debido a la gran cantidad de inversionistas, algunos de ellos con conexiones en el gobierno, desde un principio la compañía empezó a crecer construyendo urbanizaciones, carreteras y caminos vecinales. El capital de la empresa aumentó considerablemente. Parecía que al fin Miguel alcanzaría la estabilidad económica deseada. Pero al no ser inversionista, ni comerciante, ni tener ningún tipo de malicia, ni conocer a fondo los nuevos ideales de corrupción impuestos por el gobierno de Balaguer, vino a darse cuenta muy tarde de un mal manejo financiero y administrativo existente en la empresa. De ésta, otros socios formaron una nueva, dejándole a la que representaba Miguel sólo las deudas. El disgusto y la frustración que sufrió él fue devastador, sobre todo porque ahora tenía una larga familia que mantener. Era tanto su disgusto que prefería no hablar del problema. No obstante, como hombre decidido y resuelto que era, siguió adelante. En Arroyo Hondo instaló una pequeña fábrica de blocks teniendo tres camiones a su disposición propiedad del ex síndico Manolín Jiménez, cuñado de Miguel. Éste se esforzó en echar a andar la fábrica, mas le confió a un hermano el uso de los camiones y parte de la administración. Bajo esa circunstancia volvió a fracasar: los camiones terminaron convertidos en chatarras y la fábrica quebró. Miguel pudo, al menos, quedar con un fondo producto de la venta de los terrenos. En el futuro volvería tanto a intentar, infructuosamente, levantar pequeñas empresas como a trabajar la contabilidad.
Después del ascenso al poder de Antonio Guzmán Fernández, en 1978, Miguel Holguín y yo establecimos una amistad indisoluble. Yo acababa de entrar a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) junto a su hijo Luis Manuel, amigo de infancia, y los dos, en las horas libres, pasábamos largos ratos conversando con Miguel, quien en esos días vivía, desempleado, en la Arístides Fiallo Cabral, frente a la UASD. Yo quedaba sorprendido con la extraordinaria cultura universal de Miguel y con su memoria prodigiosa, y se me ocurrió darle a corregir mis primeros trabajos literarios. Desde esa época (yo tenía 17 años) hasta su muerte en el 2007, él se convirtió en mi mentor, corrector y guía literario. Yo lo llamaría Ministro porque lo consideraría un verdadero ministro de nuestra cultura. Luego del triunfo de la Revolución Sandinista, en 1979, empecé a escribir un ensayo sobre la historia de Nicaragua, y siguiendo la norma, al terminarlo, Miguel lo corrigió (yo se lo dedicaría). En esos días le pregunté: ¿por qué, teniendo un conocimiento cabal del lenguaje y de la literatura, no escribía? Él respondió que ya había comenzado a escribir artículos de música, y próximamente redactaría una biografía de Elila Mena, la más grande pianista nacida en suelo patrio. Los artículos los había publicado en El Nacional, y en uno de ellos, bajo el lema martiano honrar, honra, solicitaba asignarle al Conservatorio Nacional de Música el nombre del violinista Gabriel del Orbe; en otro se mostraba admirado con el gran talento del joven violinista Caonex Peguero; y en el último analizaba las causas de la apatía cultural de los habitantes de la capital.
En los meses siguientes recolectó los documentos y realizó las entrevistas necesarias para la elaboración de su texto biográfico. Su hija Ángela lo ayudó bastante en esta ardua tarea. El libro lo titularía Elila Mena, el drama de su vida, y sería la obra más disfrutada y comentada por él, quizás porque la historia de ella y la suya tenían pasajes de sufrimientos parecidos.
Él se pasó un año buscando financiamiento porque carecía de fondos para publicar la obra, hasta que su íntimo amigo Rafael Peguero Caamaño, padre de Caonex, pudo ayudarlo. Elila Mena, el drama de su vida se imprimió en el mes de febrero de 1983. Es decir, Miguel Holguín comenzó oficialmente su oficio de autor a los 56 años, edad en la que se supone un escritor ya ha agotado la mitad de su carrera literaria. La biografía consta de 62 capítulos y 235 páginas, y narra con detalles, sin adentrarse en las intimidades, la vida de Elila Mena, desde que nació el 7 de abril de 1918 hasta que murió el 10 de febrero de 1970. El aporte fue revelador, y como dijo el padre Vicente Rubio en la introducción, otro mérito de esta biografía radica en que su autor ha investigado con la mayor seriedad en las fuentes que podían proporcionarle algo de luz sobre el tema de estudio. La obra, aunque tuvo su acogida por el público, no fue la merecida a causa de la misma apatía cultural (sobre todo a la música culta) de la gente referida por Miguel en el artículo citado. Recuerdo que tras la presentación del texto en Bellas Artes (a casa llena porque prácticamente regalaron las entradas al concierto que ofreció esa noche el primogénito de Elila Mena, el también pianista Oscar Luis), los asistentes, saliendo, les pasaban por el frente a la mesa de los libros en venta y ni la miraban. Miguel se quejó muchísimo de este hecho.
Concluido el momento del texto, el Ministro se vio obligado a emigrar hacia New York en busca de una oportunidad de trabajo. En la gran urbe hizo contacto con los escritores de la diáspora, quienes lo eligieron co-director de la revista literaria Punto 7 y director del suplemento cultural del periódico Eco Latino. En 1985, sin dinero y desencantado de la llamada capital del siglo XX, regresó a su país, donde, luego de pasar meses desempleado, su amigo Juan Demóstenes Cotes Morales, a la sazón Secretario de Interior y Policía, lo nombró encargado de Investigación del Archivo General de la Nación. Casi de inmediato se enamoró de la institución porque era el teatro ideal del mundo literario que bullía en su mente.
Mientras tanto, su carrera literaria seguía en ascenso: a finales de 1988, unido a los intelectuales Mélida García, Lorgio Núñez, Alejandro Paulino y al reconocido locutor Homero León Díaz, fundó la revista literaria y de interés general Tambor, de la cual fue elegido director. En el editorial del primer número publicado en el mes de enero de 1989, se afirmó que su objetivo principal era contribuir a que nuestro pueblo mantenga vivas las esperanzas de recuperar plenamente su identidad; una identidad sin injerencias espúreas, aunque sin nacionalismo a ultranza; un nacionalismo que estimule y aplauda el arte y la literatura dominicana de altura y contribuya a que se conozca y disfrute su folklore. Mélida García añadió en un espacio titulado “Batey de voces”: con la sección de literatura pretendemos ser un batey en el cual encuentren cabida diversas voces que, debido a las dificultades en que vive la mayoría de los jóvenes escritores, no poseen medios para que su hacer literario produzca ecos.
La revista inicialmente tuvo éxito; incluso Juan Bosch asistió al lanzamiento realizado en el hotel Napolitano. Miguel recibió el apoyo decidido del poeta Mariano Lebrón Saviñón, el intelectual que más admiraba, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua, padrino de los escritores marginados (la oligarquía literaria criolla nunca le ha perdonado este comportamiento), Premio Vasconcelos (1992) y Nacional de Literatura (1999). Mariano, siendo preciso desde el principio, le advirtió a Miguel que tal y como afirmó Pedro Henríquez Ureña, aquí la literatura es guerra, y el que no está con su loriga, con su espada, con su armadura, está perdido. Pero al Ministro no le interesaba combatir a los gladiadores culturales criollos. “Al final la historia juzgará a cada quien por su trabajo”, siempre decía. Mariano, además, le sugirió que le introdujera cambios a la revista como el de sustituir a Alejandro Paulino, encargado de promover a los jóvenes escritores por medio a la columna Biblioteca de actualidad, porque no era un crítico literario. Miguel estuvo de acuerdo y así se lo hizo saber a Alejandro. De igual manera introdujo otras variaciones, las cuales les impuso al Consejo Directivo compuesto por Mélida, Alejandro, Lorgio Núñez y Homero León Díaz, quienes se sintieron desplazados de una empresa que era de todos, razón por la cual la fueron abandonando sin variar sus respetos y distinciones hacia el Ministro (Mélida le presentaría la obra Al Pie de la escalera en la Biblioteca Nacional, Alejandro Paulino De investigación e historia en la Academia de Ciencias y escribiría, cuando murió, el conmovedor artículo Fallece Miguel Holguín-Veras: historiador y novelista; y Homero León Díaz publicaría junto con él la revista Prontuario, mensuario cronológico reproducido por el periódico Hoy). Al final, Miguel quedó prácticamente solo; y solo, sin poder, por amor al país, financió a Tambor hasta su número veinte. La revista proyectó al Ministro como escritor y excelente investigador a nivel nacional, y a pesar del fuerte rechazo de la oligarquía literaria criolla, cuyos miembros no aceptaron que les divulgaran sus trabajos, contrario a Juan Bosch, quien autorizó la publicación de su discurso “El Español en Santo Domingo, un trabajo ejemplar de Pedro Henríquez Ureña”, Tambor realizó una labor indispensable en la historia de la literatura dominicana.
En el plano político, la profunda admiración que le tenía al Bosch literario, la transfirió al Bosch político, pasando a formar parte de la militancia del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Era la época en que el PLD creía en el modelo cubano, y Miguel se convirtió en un seguidor desapasionado de las ideas de Carlos Marx. Posteriormente dejaría de lado a Marx y al PLD, no así la ideología patriótica y democrática de Bosch.
En 1989 publicó el Índice comentado del boletín del Archivo General de la Nación, en cuyo prólogo afirmó que por años el boletín virtualmente había desaparecido como publicación regular (cuatro ediciones en los últimos veinte y siete años, cuando inicialmente era una publicación trimestral) y que los boletines contienen un material indispensable para todo investigador porque le permite conocer la localización de las publicaciones.
Del Archivo, Miguel se convirtió en su celoso guardián, y a través de Tambor denunció sus males y problemas. En un reportaje titulado Archivo General de la Nación: pena y vergüenza nacional, publicó fotos (ver Tambor número 5, pp.30-42) con imágenes del desastre que era la institución por dentro y por fuera, y expresó: “Frente al conocimiento de que el acervo histórico y cultural de nuestra patria, que se supone conservado para las generaciones venideras en el Archivo General de la Nación, están en vías de desaparición debido a la precariedad de las condiciones imperantes en esta institución, la dirección de Tambor decidió realizar un amplio reportaje que sirviera como voz de alarma ante las autoridades competentes y ante la opinión general”. Aunque el reportaje no generó la esperada reacción positiva del gobierno, Miguel siguió luchando. En reconocimiento a su labor, además del departamento de investigación, lo encargaron del de canje, difusión y de la fototeca.
Durante la larga gestión de Ramón Font Bernard (1990-2004) al frente del Archivo, el Ministro lo combatió abiertamente a causa del poco interés que mostró desde el principio. Miguel incluso llegó a distribuir volantes anti-Font a nivel nacional porque el nuevo director, en vez de cuidar debidamente el patrimonio documental del Archivo, usaba su edificación como centro de sus tertulias trujillistas. El Ministro convirtió su oficina en una especie de almacén de preservación de fondos especiales, como los papeles de Américo Lugo y de José Gabriel García porque se los estaban robando. Las razones de esta actitud combativa de Miguel salieron a relucir después, en la gestión de Roberto Cassá, quien descubriría serias irregularidades cometidas en la administración de Font Bernard.
Sin embargo Font, que sin duda sabía de todas las actividades conspirativas de Miguel, prefirió ignorarlas porque no ponían ni mínimamente en peligro su puesto; en cambio se beneficiaba de la ardua labor del Ministro. Por esta verdad le consiguió un aumento de sueldo y cuando, gracias a la amistad de doña Gladys con el vicepresidente de entonces, Jaime David Fernández Mirabal, nombraron a Miguel subdirector del Archivo, Font no puso objeción. Pese a estas bondades, los dos hombres morirían siendo enemigos.
Volviendo a su producción literaria, el Ministro, continuando con su aporte al tesoro musical dominicano, publicó en 1989 las biografías de Eduardo Brito y Antonio Mesa en un solo libro. Lógicamente, la de Eduardo Brito, el más grande barítono en la historia de la zarzuela, comparado hoy con Plácido Domingo, fue la más leída por el público. Miguel aportó nuevas revelaciones de la vida y de la muerte del cantante de origen puertoplateño, quien enfermo de sífilis falleció loco en el manicomio Padre Billini, de Nigua, en un tiempo en que la penicilina hacía quince años había sido descubierta por Alexander Fleming. Y sobre Antonio Mesa, dulce tenor nacido en Santo Domingo, Miguel resaltó que el destino le tenía reservado una gloria que lo llevaría a los anales de nuestra historia musical: sería el primer dominicano en grabar su voz, formando trío con los boricuas Salvador Ithier y el jíbaro insigne, Rafael Hernández. Ellos grabaron más de ciento veinte canciones para la casa disquera Columbia Phonograph Company. Mesa, en una ocasión le pidió a Rafael Hernández, director del trío, que grabara una melodía dedicada a Quisqueya. Hernández, que tenía una canción inédita inspirada en su Puerto Rico querido titulada Linda Borinquen, le cambió Borinquen por Quisqueya, y así la grabaría Mesa, sin imaginar que sería tan y tan famosa: No hay tierra tan hermosa como la mía / formada por dos mares de blanca espuma, dice en su primera estrofa. Debido a que el país no respaldaba a sus músicos, Mesa moriría sumergido en la más cruel de las miserias.
En 1990, Miguel publica en Tambor (ver el número 11) la biografía resumida de Susano Polanco, el nuevo Caruso dominicano, nacido en Santiago de los Caballeros. Susano Polanco triunfó en Puerto Rico, Haití y en Cuba, donde un joven periodista en la ciudad de Camagüey, tras hacerle una entrevista le entregó un poema escrito en un papel. “A lo mejor le sirve para una canción”, le dijo. El periodista era Nicolás Guillén, quien sería uno de los más grandes poetas de Hispanoamérica, y el poema que le entregó, Susano lo convertiría en la melodía inmortal, El Espejo. Nicolás Guillén haría referencia de este encuentro con Susano Polanco en sus memorias Páginas vueltas (p. 65) en 1982.
Sufriendo como Mesa la ausencia del apoyo estatal, Susano Polanco tuvo que retirarse del arte a la corta edad de treinta y cuatro años.
La última biografía del ciclo de los tesoros artísticos dominicanos, la publica el Ministro en 1990 con el título: Julio Alberto Hernández, colección semblanzas. Mariano Lebrón Saviñón, presentando la obra en la Biblioteca Nacional, leyó de la parte inicial del libro: “Julio Alberto Hernández Camejo. Tal es el nombre de uno de los más respetados compositores dominicanos, vinculados no sólo al quehacer general de la composición musical sino también, y sobre todo, a la formal incorporación a nuestra música de los temas folklóricos nacionales…”
Ocho años después Miguel terminó de redactar una historia que lo había impactado desde niño, y fue la del secuestro en Montecristi de la joven Ozema Petit por parte del mayor Ernesto Pérez, con el apoyo de Trujillo. El Ministro se enteró de los detalles del suceso cuando vivió en Montecristi, y ahora lo narraba en forma de novela, la cual tituló Juro que sabré vengarme.
Acompañado de mí, se presentó, con el manuscrito en la mano, en la Editorial de Colores, y le propuso la edición de la obra a Miguel De Camps, quien generosamente aceptó imprimirla. El éxito fue sorprendente: los ejemplares se vendieron tan pronto se colocaron en los estantes de las librerías y hubo que hacer una segunda edición. La obra generó múltiples polémicas, y la crítica de arte Nedra Hammami, en un encuentro de jóvenes investigadores doctores mediterráneos celebrado en Madrid en el mes de Julio del 2002, en el ciclo La novela histórica contemporánea en Hispanoamérica, analizó tres novelas, y entre ellas, dijo, sobresale Juro que sabré vengarme, de Miguel Holguín-Veras, por el uso de personajes históricos (…). El novelista nos presenta en la obra el decreto que destituyó de sus funciones a Ernesto Pérez, prueba de que este personaje existió como militar y fue castigado por lo que hizo, aunque no aparezca el motivo exacto de su destitución. Miguel se enteró de que su nombre había empezado a sobresalir internacionalmente gracias a la revista digital Amanecer del Nuevo Siglo, la cual transcribió la disertación de Nedra Hammami. Aquí en Santo Domingo la prensa reseñó el discurso de Hammami, aumentando así el prestigio de Miguel, quien pasaría a formar parte del staff de conferencistas de la Secretaría de Estado de Cultura.
La siguiente obra del Ministro fue la ya referida Al pie de la escalera, impresa generosamente por Orlando Inoa en su Editora Cole. Un año después Miguel dio a conocer su texto investigativo más importante: Acerca de canciones antiguas dominicanas, el cual había empezado a publicar por partes en Tambor, y ahora lo edita la Academia de Ciencias. La idea de escribir este libro le surgió al escuchar a su esposa Gladys cantar la melodía La paloma blanca, extraída del álbum de canciones anónimas (1947) de José Dolores Cerón. “¡Pero esa canción se cantaba en casa, y conocía el autor!”, exclamó Miguel. A los pocos días escuchó cantar otra que igualmente conocía. Entonces se dijo: “Esto amerita una investigación”. Realizándola durante más de treinta años, logró identificar a cuarenta y cinco autores de las cincuenta canciones del álbum de Cerón. Además descubrió que a casi todas les cambiaron el título y a algunas les alteraron el compás en que fueron escritos originalmente. En el libro, Miguel reprodujo las melodías e incluyó pentagramas, fotos, biografías de los autores y una breve historia de cada canción. El maestro Rafael Solano escribió en la revista País Cultural (No.2, p.59): “Recibimos las agradables nuevas de que aquellas 50 canciones antiguas dominicanas acababan de ser nuevamente publicadas, ahora con sus correspondientes autores (…). Este excelente aporte a la cultura musical del país, nos llega gracias al escritor y musicólogo don Miguel Holguín-Veras. Y si uno se detiene a escuchar este manojo completo de canciones antiguas, se va a sentir con toda certeza muy orgulloso de ser dominicano.”
Ya para esa época el Ministro estaba tan compenetrado con el arte, que había perdido el interés por las labores metálicas. “Es la manera de vivir del verdadero escritor,” decía Noel Hidalgo, poeta y promotor cultural, fiel amigo y admirador de Miguel, a quien consideraba un hombre tan honrado como patriota digno de imitar. En el 2003 publica la referida obra De investigación e historia, que es una recopilación o antología de sus artículos impresos en Tambor y Prontuario, entre otros medios de difusión. Uno de los artículos más significativos del libro es el titulado Balaguer, Ercilia Pepín y Sergio Hernández porque demuestra de forma fehaciente que el doctor Balaguer habla mentiras en sus Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo al afirmar (pp.77-79) que Ercilia Pepín se quitó la falda ante los alumnos y los maestros de su plantel, Escuela México, y se la envió al profesor Sergio Hernández con el mensaje escrito de su puño y letra: “Envíeme en cambio sus pantalones”, y que por esta acción el profesor Sergio Hernández, víctima de una crisis neurótica, a los pocos días, ante la expectación de sus discípulos y toda la población de Santiago, se suicidó con una navajita Gillette. Según Balaguer, Ercilia Pepín actuó así, indignada porque el profesor Sergio Hernández no la imitó izando a media asta la bandera nacional en solidaridad con el maestro Andrés Perozo, asesinado junto a sus hermanos César y Faustino, por órdenes de Trujillo.
El Ministro, extrayendo de la prensa de la época las noticias, prueba que, por el contrario, el profesor Sergio Hernández no sólo izó a media asta la bandera, sino que además fue hecho prisionero por el hecho, y que vino a suicidarse seis años después y en el campo de Moca llamado El Caimito.
Junto a De investigación e historia, en la Academia de Ciencias Miguel dio a conocer el corto ensayo Azua y el Himno Nacional en el que analizó las diferentes opiniones, críticas y propuestas para reformar el Himno Nacional, tocado en Azua por primera vez en la historia.
Tres años más tarde (2006) el Ministro incursiona en el teatro y edita el drama musicalizado Tesón campesino. Ese mismo año publica la novela Asalto y muerte, reto al régimen de Trujillo, basada en el intrépido robo perpetrado al The Royal Bank of Canada de Santiago(1954) por un grupo de jóvenes en plena Era de Trujillo. La obra, similar a Juro que sabré vengarme, generó múltiples polémicas, sobre todo porque se leyó como texto histórico y no como novela. Y finalmente, en el 2007, Miguel publicó su último libro Recuerdos del bosque (cuentos) y editó Diario de un condenado a muerte, de Eugenio Perdomo. Le quedarían inéditas las novelas: Marcado por el destino y Cosas que el abuelo me contaba.
C)La leve agonía de su muerte
Cuando asumió la presidencia de la República, Hipólito Mejía, como era de esperarse, la Secretaría de Estado de Cultura nombró un nuevo subdirector en el Archivo en sustitución del Ministro. A éste, aunque no lo cancelaron, le redujeron considerablemente el sueldo. Pero al regresar Leonel Fernández al poder en el 2004, nombraron a Roberto Cassá director del Archivo, y entonces le triplicaron la mensualidad a Miguel, dejándolo como encargado de la fototeca. Los que lo conocíamos a fondo sabíamos que pese a la admiración mutua existente entre Roberto Cassá y él, éste iba a sentirse incómodo con la entrante administración debido a su difícil carácter y a su dificultad en asimilar trazados de pautas. Roberto Cassá eligió un consejo de dirección muy capacitado y trabajador que puso a la par, en un tiempo récord, al archivo dominicano con los mejores del Caribe. Esta asombrosa labor, claro, se apoyó en la realizada por el Ministro durante más de veinte años. Bajo la dirección de Cassá, Miguel organizó en el Centro de Cultura Hispánica la extraordinaria exposición Archivo Conrado, fotografía histórica dominicana 1939-1943 del fenecido médico Kurt Schnitzer (Conrado).
Pero como esperábamos, lamentablemente, a los pocos meses Miguel empezó a sentirse incómodo en el Archivo. Lo reflejaba dejando de saludar a antiguos amigos, ahora compañeros de trabajo. Siendo en extremo discreto y un poco tímido, la única queja que escuché de sus labios fue que a la hora de las decisiones finales no lo tomaban en cuenta. Una vez se vio envuelto en un clásico chisme dominicano, del cual solo vale la pena comentar el gran disgusto que le causó, pues era un hombre que odiaba los chismes, y que producto de esa desagradable experiencia se enemistó para siempre con un alto funcionario de la institución, con quien existía mutua admiración. En otra ocasión, sin consultarlo con su superior inmediato, expulsó de la fototeca a un subalterno por considerarlo mediocre. El superior inmediato estuvo en desacuerdo, y Miguel, por dignidad, ya más que incómodo, optó por pedir su jubilación; y como los médicos hacía un tiempo que le habían prohibido trabajar dado su delicado estado de salud (en el mismo Archivo, a causa de tanto husmear sin equipo adecuado entre documentos antiguos, se había contagiado de la bacteria Pseudomonas aeruginosa, asesina de los pulmones), solicitó una licencia médica. Aun conociendo su difícil carácter, el propio Roberto Cassá se reunió con él e intentó, sin éxito, persuadirlo para que desistiera. Era imposible doblegar las decisiones de acero del Ministro. Así, de repente, Miguel se vio sentado en su casa, enfermo y esperando su jubilación. Siguiendo la lógica de su vida emprendedora, lo que deseaba era buscar un nuevo camino conductor del porvenir, pero ya a los ochenta años le era imposible. Resignado, una tarde, en la terraza de su apartamento me comentó con voz segura: “Me estoy muriendo y no voy a poder terminar mi obra”. Sorprendido le pregunté: “¿Y cómo usted va a estar muriéndose con una vitalidad externa tan nítida?” “Quizás me vea así, pero no tengas la menor duda: me estoy muriendo”. “Cuando les surjan esas creencias, póngase a escribir y apuesto a que las olvida”. “Es inútil, me estoy muriendo”. Tratando de que cambiara de parecer le pregunté: “¿Cuándo va a publicar un nuevo libro?” “Pronto. Se trata de un libro de cuentos -se refería a Recuerdos del bosque-,y quiero escribir una novela basada en la vida de Jesús de Galíndez, mas estoy seguro que si la inicio no podré concluirla”. “Iníciela sin temor y de seguro que la concluirá. -Y con voz suplicante agregué-: Ministro, por Dios, olvídese de la muerte”.–Pero eso era imposible.
En el primer cuento de Recuerdos del bosque, titulado El Manantial, inspirado en el poema "El Manantial", de R.A. Blanco Belmonte, aparece el propio don Miguel en un monte acompañando a dos viajeros sedientos, sudados y cansados que se habían juntado por azar. En el transcurso de la marcha los tres hombres se hermanaron. Él retornaba al lar nativo después de años de lucha estéril, no obstante lo cual volvía resignado, con su interior repleto de armonía y su corazón lleno de bondad hacia el prójimo. Hubo un momento en que el cansancio los venció a los tres, y en un robledal, tras beber agua de un manantial, decidieron descansar. Él, cavilando, recordó sus años de travesuras infantiles, su adolescencia repleta de esperanza y sus grandes luchas así que hubo alcanzado la edad madura, la de hombre adulto. En cada una de las etapas había observado una conducta ejemplar. ¿A cambio de qué? A cambio de nada… pero también de mucho. No había logrado acumular riquezas. Ni siquiera las había ambicionado. A quien no había alcanzado a hacer un bien, tampoco había hecho un mal. Ya casi al final del largo camino transitado, le cabía la gran satisfacción de haber cumplido con el mandato bíblico que manda amar al prójimo como se ama a sí mismo. Y eso bastaba para que se sintiera altamente satisfecho, si no feliz.
En ese estado de una casi felicidad se durmió (…). Sus acompañantes, como si hubieran tenido acceso a su pensamiento se acercaron a él calladamente, y primero uno, después el otro, depositaron sendos besos sobre su arrugada frente.
Sin duda el Ministro, a través de este cuento describe su último regreso espiritual al hogar paterno, donde irremediablemente morirá, y mientras llegaba, daba a conocer su parecer acerca de su historia.
El 7 de noviembre del 2007 estábamos juntos en el Forum Pedro Mir de la Librería Cuesta, donde nuestro gran amigo y colega, Manuel Mora Serrano, presentaba mi novela Manolo. El Ministro se veía feliz por mi repentino éxito literario, por el éxito de su pupilo: Manolo había concitado el interés nacional desde antes de la presentación y en el mundo cultural dominicano sólo se hablaba de la obra. Cuando terminó el acto, con una copa de vino en la mano me felicitó, y para mi consternación posterior añadió con los ojos desorbitados: “Mientras Mora leía su discurso estuve a punto de fallecer –miraba sin pestañar-. No te sorprendas si en cualquier momento me caigo muerto aquí”. “¿Usted quiere que lo lleve a una clínica?”, suspiré impactado. “No, no…” –Sonó el timbre de su celular. Era su hija Ángela quien lo llamaba, y por fortuna, después de conversar con ella, él se calmó. “Sigue atendiendo a los invitados”, me expresó, “que ya me siento mejor”. Un tanto aliviado lo obedecí no creyendo que en verdad estuvo a punto de morirse. “Son los efectos de su mente enferma”, supuse. Una semana después, en horas de la tarde, volviendo a conversar con él en la terraza de su apartamento, le pregunté, a propósito de su posible muerte durante el acto, si había visitado a un médico. “Sí, y dijo que me había bajado la presión. Ahora bien, yo no tengo duda: me estoy muriendo”. “Ministro, olvídese de eso por el amor de Dios”.–Lo veía desesperado, pretendiendo hacerlo todo a un mismo tiempo antes de que la muerte lo alcanzara. Esa tarde me despedí de él estando seguro de que lo volvería a ver por espacio de diez años más. A los veinte y tres días de la presentación de Manolo, en la madrugada, me llamó por teléfono doña Gladys, y entre sollozos dijo lo que me negaba a creer: “Miguel acaba de morir”. Un nudo se apoderó de mi garganta y una enorme tristeza embargó mi alma. “Miguel acaba de morir”, me repetí aún con dudas. Tardé quince minutos en recuperarme. A seguidas procuré, vía telefónica e internet, hacerle saber al mundo que el gran escritor Miguel Holguín-Veras acababa de morir. De lo contrario, lo enterrarían en el anonimato. Por efecto de mi decisión, la destacada periodista Ángela Peña publicó una significativa nota de prensa en el periódico Hoy, el escritor Luis Beiro un justo artículo en el Listín Diario y la gran narradora venezolana Mercedes Franco en su blogs KALAFIA transcribió la noticia con pasajes biográficos del Ministro.
El cadáver, con una flor amarilla entre las manos, lo velaron en la funeraria Blandino y en la tarde lo enterraron en el cementerio de la Máximo Gómez. Como era de esperarse del subdesarrollado mundo cultural dominicano, en el campo santo no había ningún representante de la Secretaría de Estado de Cultura, y de la sociedad de escritores sólo estábamos Alejandro Paulino y yo. ¡Ah ironía del destino… un hombre como Miguel, que actuaba bajo el lema martiano honrar, honra, a la hora de su entierro, únicamente sus familiares más cercanos y dos de sus amigos íntimos lo honraron diciéndole el último adiós! ¡Ah ironía del destino…!
Saliendo del cementerio tenía fijo en mi mente el párrafo final escrito por Miguel en su página en internet: “Hoy, cuando a los ochenta años siendo próxima la fecha en que al fin pase a mejor vida; cuando resultan frecuentes los momentos en que se pasa revista a la vida pasada, y esa revista deja inevitable en el alma un dejo de inconformidad, sin que importen éxitos obtenidos, corresponde a los nietos (y hasta a los biznietos) llenar el vacío que indefectiblemente acompaña a la tercera edad. Ojalá que ellos puedan realizar en mi memoria hechos que les consagren como entes de valor –ya que ni yo ni mis hijos pudimos lograrlo-, no para sí mismo, sino para toda la humanidad.”
Edwin Disla, 8 de abril del 2008